La cruzada arancelaria de Trump está golpeando al sector europeo de los electrodomésticos. Marcas europeas como Electrolux, Beko o BSH, con actividad significativa en España, están viendo cómo sus productos van a perder margen de competitividad en EE.UU. a causa de estos nuevos aranceles. Bien es cierto que muchos fabricantes implantaron fábricas y plantas de ensamblaje en Norteamérica; pero el impacto tanto en fabricantes europeos como asiáticos puede ser enorme a corto plazo. Colateralmente, eso implicaría una mayor presión en el mercado europeo, a fin de absorber las producciones y la facturación destinadas a EE.UU. que, obviamente, se verán reducidas de manera importante.
En paralelo, muchas pymes españolas especializadas en componentes o ensamblaje, integradas en cadenas globales, están perdiendo acceso a uno de los mercados más importantes del mundo. La consecuencia a medio plazo podría ser una reconfiguración del mapa industrial europeo, con efectos especialmente negativos en los países más dependientes del comercio exterior.
Además, si las medidas comerciales de EE. UU. provocan un encarecimiento sostenido de productos importados —como ya se está viendo en determinados sectores tecnológicos o industriales— es probable que también aumenten los precios para el consumidor europeo. Menor oferta, menos innovación y mayor incertidumbre regulatoria terminan encareciendo la cesta de la compra industrial.
El espejismo del regreso industrial
La gran promesa de Trump es que estas medidas devolverán las fábricas a Estados Unidos. Pero los datos desmienten esa posibilidad. Con pleno empleo y sin una política migratoria que permita cubrir nuevos puestos industriales, no hay base laboral suficiente para absorber una reindustrialización masiva. Además, muchas de las antiguas cadenas productivas ya no existen o se han transformado tecnológicamente de forma radical.
Lo más preocupante no es que esta política nazca de una lectura errónea de los datos, sino que se aplique desde la posición de mayor poder económico del planeta. Porque si quien más ha ganado con el libre comercio decide dinamitar sus reglas, el coste lo asume el conjunto del sistema global. Y de forma paradójica, el primero en pagar ese precio puede ser el propio Estados Unidos.
Más que un plan económico, lo que se está poniendo en marcha es una ingeniería de poder que usa la economía como campo de batalla. Pero al hacerlo, se está alterando un ecosistema del que Estados Unidos ha sido hasta ahora el mayor beneficiario.
El juego del miedo y el coste de la urgencia
Europa, y España en particular, debe prepararse para un escenario prolongado de tensiones comerciales con Washington. No se trata solo de responder con aranceles equivalentes, sino de reforzar la competitividad estratégica de nuestros sectores clave, diversificar mercados de exportación, proteger la innovación y apostar por la autonomía tecnológica.
Europa debe leer bien esta jugada. No basta con protegerse de los aranceles, sino de entender que detrás de ellos hay una estrategia para que Europa, China, México o cualquier otro socio comercial llegue rápidamente a la mesa de negociación con menos fuerza y más urgencia. Trump no quiere cerrar la economía estadounidense; quiere rediseñar el tablero global con reglas más favorables… para él.
España, como parte de ese tablero, necesita adoptar una doble estrategia: proteger a sus sectores sensibles, como el de los electrodomésticos, y ganar autonomía estratégica en innovación, energía y tecnología. No podemos jugar al viejo juego industrial del siglo XX, porque ni tenemos el tamaño ni el músculo fiscal para ello. Pero sí podemos jugar con inteligencia.
Porque alterar lo que funciona siempre es arriesgado. Pero hacerlo sin necesidad, por razones políticas o ideológicas, puede ser simplemente temerario. En este nuevo ciclo, quien primero entienda el movimiento real bajo la superficie del discurso será quien menos pague sus consecuencias.
Carlos Moreno Figueroa, director general de Sinersis.